Aparentemente, no había nada de qué preocuparse. La política era cuestión de adultos y nosotros debíamos resolver nuestros propios dilemas. Y a nuestro juicio, entre éstos el más apremiante consistía en descubrir la mejor forma de aprovechar la vida, lo cual era muy distinto a dilucidar qué sentido tenía, si es que tenía alguno, y cuál sería la condición humana en ese cosmos alarmante e inconmensurable. Estos eran los problemas de trascendencia auténtica y eterna...
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